10 oct 2017

Cuando el hombre llegó, ya no quedaban brasas

Dentro de toda tristeza le baila una mujer,
bella aún sin rostro y con un paso firme,
con un olor que recuerda a canciones de amor.
Una mujer que jamás existió.

Aún cuando el norte apunta frío,
y hay escarcha en el suelo por la mañana,
bajo las mantas se encuentra con fuego.
Con una mujer que jamás vivió.

Nunca encontró la razón para tanta canción bonita,
tanta letra suelta en las cortezas de los árboles.
Ningún fondo para todos los poemas de amor.
Para una mujer que nunca nació.

Jamás zarparon a Troya todos aquellos hombres,
ni se mataron a duelo, ni atacaron a los molinos.
Nunca nadie cantó bajo ninguna ventana.
A una mujer que aún no es ni niña.

Al morir nunca se marcó la piel con un nombre,
no había compañía a la tierra, ni viuda en su esquela,
Ni una mano con andar firme tiró el primer puñado de arena.
Ninguna mujer existió al final de todo

Al final de todo su camino,
cuando el hombre llegó,
ya no quedaban brasas.
De la mujer que siempre existió.

Foto de Kayla Christine

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