17 ene 2017

Este chacal no volverá a volar

Con la locura menos cuerda que se puede querer,
necesitar el gran paso del café a algo más fuerte,
para poder pasearme de nuevo entre sábanas mojadas,
una cabellera insana con dos piernas firmes que me agarran.

Cuando el primer crack de nudillos resuena en las paredes,
encuentras una razón no más absurda que un silencio atrancado
en un pasillo por las puertas cerradas con llaves confundidas.
No sé hablarle si no es con los dedos en las costillas.

De la equidad similar a la trabajada entre escombros y trincheras,
nace un Buda famélico que medita con un dedo en la llaga,
de guerras que duran mil años y solo terminan con el necio,
colgado, fusilado y quemado a la puerta de su casa.

No se caminar sin la miel untada en las palmas de las manos,
miel que derrama las piedras de su casa cuando si esta,
pero que se endurece cuando falta y corta mis dedos que caen,
para sembrar hiedra y robles que trepen y tapen sus ventanas.

Solo necesito otra noche de dentadas altas al cielo,
trepar máquinas, vino de brick y fluir a oscuras,
si me acompañan historias de francesas que nos bailan.
Descender escaleras agarrados del cinturón y caídas.

Si se cae el filtro de mi cigarro al matarlo señalo
con el dedo el charco y sonrío por poder escuchar,
al fuego morir y ser yo su verdugo al fin aunque sepa,
que el fuego será quien me mate a mi primero y para siempre.

Volando aseguro mi entierro en lo más alto de la colina,
para acompañar al fantasma menos liviano cuanto más muerte pasea.
¿Cuánta pasearé yo con mis hombros cuando deje de volar?
Sobre mi lápida un anillo me despide untado en champán.

Este chacal no volverá a volar

Reno mirando a cazas. 2ª Guerra Mundial


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