un aplauso que lo despierte de un trasnoche.
Yo que prefiero ser negado a corrupto y oxidado.
Pero decídselo a ella.
Cuando necesita huir desde mi cama sin moverse,
por si vuelvo siguiendo su camino de adoquines,
y encuentro las sábanas frías e inertes sin ella.
Rogádselo a los charcos.
Que se sequen y nos arrastremos para siempre,
hasta ser lodo denso y atrapemos los pies
de viajeros con botas y exilio.
Pero dejadme su pelo.
Para poder esconderme cuando lo necesite,
tener excusa para enredarme siempre los dedos.
Perderme y que solo me pueda encontrar ella.
A poder ser, enterradme en su melena.
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