echo al café nada amargo.
Soplo antes del primer sorbo,
pero le doy dos tragos.
A un sueño que aún no ha dormido,
contigo un paseo de la mano,
un arañazo largo en la espalda,
arrancado entre gritos y muelles.
El café lo tomo solo y sin azúcar,
como los verdaderos Buendía.
Solo espero no terminar atado,
loco, al árbol de mi jardín.
Rellena mi taza, por favor,
que hoy me quedo a dormir.
Levanta la cabeza y duerme.
Pon tu cabeza en mi pecho.
No pongas ninguna alarma hoy.
John Neeman |
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